La tristeza forma parte del juego de la vida. Es una de las emociones básicas del ser humano junto a la alegría, el miedo, el asco, la sorpresa y la ira (hay expertos que añaden dos más, la vergüenza y el amor).
Pero qué pasa con la tristeza: ¿Por qué la rechazamos? ¿Por qué pensamos que es “mala”, que no está bien, que no debemos sentirla, que es un sentimiento erróneo y que rápidamente tenemos que “curarnos” y salir de ahí?
Desde pequeñitos escuchamos cosas como no llores, no estés triste, alégrate, sonríe, si estás triste no te van a querer, nadie quiere a gente triste cerca, etc…  Nos “domestican” para pensar que la tristeza es mala, para no bien-recibirla, para no aceptarla como algo natural y saludable en nosotros. No es algo usual aceptar la tristeza sin más cuando aparece, ni la nuestra ni la de otras personas.
Es una “energía” que está dentro de nosotros, es una emoción que surge cuando hay pérdidas de todo tipo, cuando existe desilusión, cuando hay fracaso, decepción, cuando las cosas no son como uno quiere, cuando nuestros deseos se ven frustrados, etc…
Si cuando sucede todo esto, aparece ¿no será un mecanismo de nuestro magnífico cuerpo, de nuestra estupenda “máquina” para ayudarnos a sanar? Claro que sí, la tristeza es todo un mecanismo para cuidarnos, sanarnos, protegernos y recuperar nuestro equilibrio.
Podemos compararlo con otras “máquinas”. Por ejemplo, nuestro coche, que nos avisa a través de luces, a través de mensajes en el panel de mandos, en el salpicadero, de que algo va mal,  de que nos estamos quedando sin gasolina, de que hay que cambiar el aceite, o de cualquier otra cosa…
Pues la tristeza igual, es señal informativa de que tengo que dirigir mi atención hacia aquello que anda “mal”. Me está indicando que no puedo seguir como hasta ahora y que tengo que hacer algunas “reparaciones” para poder continuar.
La tristeza nos invita a la introspección, a estar con nosotros mismos, a mirar hacia dentro. Cuando aparece, nos sentimos decaídos, nos duele el alma, nos falta el apetito, no paramos de dar vueltas al coco “al problema” y regocijarnos en lo “horrible” que es lo sucedido, sentimos que hemos perdido nuestra energía vital, no tenemos ganas de hacer nada, nos sentimos apáticos.
¿Y para qué todo esto? Esto aparece para ayudarnos a resolver “el problema” (superar pérdidas, desilusiones, fracasos, decepciones, deseos no cumplidos…). El hecho de que nos invite a mirar hacia dentro nos ayuda a comenzar con el proceso de identificación, de reconocimiento, el proceso de auto-examen, el proceso de aceptación, de adaptación a la nueva realidad o situación y de búsqueda de soluciones.
Además, un rostro triste provoca empatía, invita a que otros te abracen, te consuelen, invita a los otros a atenderte, a apoyarte, a que se comporten de una forma altruista contigo.
Las lágrimas que acompañan la tristeza nos ayudan a liberar tensión, a desahogarnos, a soltar lastre y además hacen que liberemos un montón de química positiva para que nuestro organismo comience a sanar. Así que “aunque duela, cura”…, como me decía mi padre cuando me ponía  “agua oxigenada” en alguna herida… y tenía que aguantar como una campeona.
Por ello, es fundamental conectarse con la tristeza, reconocerla, expresarla, derramar lágrimas, permitirla que sea, que exista.   Si algo aparece en mi, es un regalo de la vida, le daré la bienvenida, aunque me “escueza”, me “duela” (acuérdate del agua oxigenada y la herida), porque sé que está bien, que cura.  CONFÍA. ACEPTA. FLUYE con lo que hay en ti en cada momento.
La vida no se equivoca…
Y añado dos frases:
– En ese instante sentí una horrible tristeza y, sin embargo, algo así como un brote de risa empezó a cosquillearme el alma. (Dostoyevski)
– Cuando el “corazón” llora por lo que ha perdido, el espíritu ríe por lo que ha encontrado.  (Proverbio sufí)
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