Hace poco más de una semana llegó una nueva vida a mi familia. Mi hermana tuvo una niña, Alma es su nombre, es mi sobrinita.
He pasado los primeros días de su vida a su lado y ha sido un gran placer.  Estando allí, en el hospital, en la habitación, y después en su casa, mirándola, cogiéndola, abrazándola, oliéndola, tocándola, he sentido una inmensa plenitud y gratitud.
Un bebé no hace nada, solo es, solamente es.  No como nosotros que estamos todo el rato haciendo para poder ser.  Si no hacemos, no somos.  Y encima, muchas veces, hacemos cosas que somos.  Esto parece un trabalenguas.
La vida está llena de pequeños GRANDES placeres que nos pueden hacer disfrutar un montón.    Y a menudo esos placeres tienen que ver con las personas.  En esos “placeres”, en ese disfrute, en todas esas personas con las que compartir y disfrutar está la gran diferencia entre vivir una VIDA con mayúsculas o simplemente que pasen los días.
Puedo enfocarme en todo lo bueno que tienen las personas que tengo a mi alrededor y mirar todo aquello por lo que tengo que darles gracias (solemos dar tanto por supuesto…), o puedo enfocarme en los defectos, en lo que no me gusta, en lo que me altera… Todo es cuestión de elección.
Me gusta comparar la vida con un vagón de tren. En ese vagón hay de todo:  hay pasajeros que se montan y comienzan el viaje en la misma estación que nosotros; hay otros que se montan más adelante; hay pasajeros que se bajan cuando nuestra relación es “la leche” de buena y todavía queremos seguir compartiendo con ellos; otros, se bajan cuando estamos empezando a conocerlos y queremos más; hay otros, que están allí, pero desearíamos que no  estuvieran tan cerca de nuestro asiento; hay algunos que se llevan toda nuestra atención y no nos dejan ver que el vagón está lleno de pasajeros fabulosos con los que compartir y quizá más afines a nosotros; existen pasajeros que nos hacen el viaje muy ameno y divertido; otros, no tanto…, vamos, que te puedes encontrar de todo.
A menudo, pensamos que las personas que están en nuestro vagón siempre van a seguir ahí y que nos van a acompañar todo el tiempo.  No somos conscientes de que esto no es así y que en cualquier momento puede pasar el revisor y avisarles de que ya les toca bajar.
También creemos que vamos a llegar hasta la última estación, hasta la última parada, pero a veces, nos toca bajar antes a nosotros mismos.
Teniendo presente todo esto, te animo a que exprimas y disfrutes al máximo las relaciones con los viajeros que tengas a tu lado, porque quizá, ellos, o tú mismo tengáis que abandonar el vagón y ya no podáis compartir viaje.
Me gusta esta frase: “Vive cada día como si fuera el último…porque un día acertarás”.
Me propongo disfrutar todo lo que pueda de mis compis de viaje.
Bienvenida Alma a mi vagón. No sé cuanto tiempo la vida nos dejará estar juntas, pero pienso aprovecharlo todo lo que pueda.
Beatriz
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